A horas 20 del 23 de marzo de 2016, la “Sociedad Coral
Boliviana”, una parte de la “Orquesta Sinfónica Nacional” y el “Coro Vocal
Concertista de Alemania” nos sometieron a una sesión de terapia de terror y música,
con la excusa de “escuchar” “La Pasión según San Juan”, obra del
compositor alemán Juan Sebastián Bach.
Sentaditos, nos enfrentamos a cien cantantes en escena (sin
contar a los solistas), dispuestos a hacernos sentir mal, por la miseria de la
humanidad. Por suerte para los presentes, la cosa no llegó a mayores, pues el
espectáculo estaba mal organizado: No habían programas, a pesar de lo caro de
las entradas. Así que ni idea de quienes cantaron, dirigieron, etc. Es más, si
no hubiera sido por el relator, ni nos habríamos enterado de un argumento que
había sido “actualizado” con mucha sal y pimienta.
“La Pasión según San Juan” es el terrible relato musical pintado
con fuertes dosis de “soledad, misterio y noche” (típico del pensamiento
protestante), sobre el sufrimiento a que puede ser sometida una persona. La historia
de un hombre joven que si bien es recibido por el gentío con grandes muestras
de alegría, días más tarde, cuando lo ve caído, no dudará en escupirle. Siempre
nos hemos preguntado: ¿cuál era el motivo? ¿Por haber anunciado que el Templo
de Jerusalén se haría añicos? ¿Por su palabra fuerte? ¿Por su facha desgarbada?
¿Por sus ropas pobres que marcaban su distancia social del resto de la
población? No queda claro. Nunca ha quedado en claro.
Lo que observamos/escuchamos fue un acto bochornoso de discriminación, promovido por siniestros personajes ligados al poder, y de traición y mediocridad, entre sus amigos. Lo que es peor, todo bellamente interpretado por tenores y sopranos cuyos personajes trataban de salvar sus respectivas responsabilidades (al menos eso entendí).
Ahora, si querías saber la verdad de lo que ocurría en la
escena, debías escuchar al coro, como en el teatro griego. Y acá no es posible
equivocarse: Si cerrabas los ojos, la centena de bellas voces no eran humanas
sino de ángeles. Un coro que nos susurraba melodías circunspectas: A veces plenas
de gozo y otras de esperanza, jamás de reproche. No exagero: Cien ángeles,
cuatachos(as) del alma, cantando al unísono, aunque en una lengua desconocida muy
ajena a nuestro medio: El alemán.
Pues bien, esos personajes cantores de los que les hablaba y
sin mediar ninguna explicación, nos tomaron de la mano para contarnos uno de los relatos
más viles de la podredumbre humana. Traición, tortura, muerte y gozo. Cien por
ciento S&M. El sólo pensar que un amigo(a) nos pueda traicionar, ya nos
revuelve el espíritu.
Y eso le pasa al personaje central que termina en la
soledad, sometido a la ignominia de una justicia proclive al poder (como si
pudiese ser de otra manera), y de un autoridad militar siempre dispuesta a
buscar la mejor manera de humillar la dignidad humana, como la de condenar a una
muerte lenta, por crucifixión a un hombre que soporta estoicamente su situación.
Y que, para colmo, en el camino al patíbulo, a pesar de ya estar estropeado, recibe
palos y escupitajos, para que nos quede claro que la canalla también está en la
sociedad civil. ¡Confianza ni en la camisa!
Una historia de horror que enciende la rabia en quien la
escucha y que el coro busca encauzar hacia una explicación de perdón y paz.
¡Bello el coro, pero su palabra no me convence!
¡Déjenme respirar un segundo! Qué imponente espectáculo el
que nos han ofrecido los cantantes, el coro y la sinfónica. Supongo para
mostrarnos, cómo comprendían (o tal vez lo sigan haciendo), allá en Europa, en
los tiempos del compositor Bach, la miseria profunda de la vida y la esperanza
de una redención. Justo por esas mismas épocas, esos mismos europeos - españoles
en este caso - laceraban con entusiasmo a nuestra gente y nuestras riquezas
naturales.