La presentación se inició con un solo ejecutado por Jorge Echazú, en tres tambores largos unidos entre si horizontalmente. Jorge los llama “batas”, pero bien podrían ser “derbakes”. Terminada su faena, convocó al resto de la tropa al escenario, haciendo su aparición la “Saya Tambor Mayor” y “Mambo Kings” (Ever Peredo, Daniel Segada, Ramón Zuñiga y Juan Pereira), y con ellos: Carla Casanovas y Carlos Zampoña.
Saya Tambor Mayor, Carla, Jorge y el joven de la poesía |
Pero también resbaló junto a ellos un joven desgarbado que, micrófono en mano, nos espetó una rogativa dedicada a deidades desconocidas en nuestro medio, en una lengua igualmente ajena. A su conclusión, se desplegó una canción de inocultable raíz africana o bahiana o jamaiquina, cuyas estrofas las cantó Jorge y los coros, a varias voces, el grupo de hombres y mujeres que no dejaban de mecerse, airosos, al ritmo.
Un coro de buenas voces I |
Carla metiéndole con entusiasmo a la obra |
En líneas generales una presentación distinta. Frente a las sesudas obras de Rojas, Takesi o Schärli, la de ayer era el canto al cuerpo. Fue una ensalada que juntó los sabores del jazz, la música negra americana y la saya. En realidad, más que salsa, asistimos a una ceremonia.
Y ya que tocamos este asunto, creo que valdría la pena preguntarnos por el origen de las deidades homenajeadas. De entrada, no eran las del sincretismo católico yungueño. Lo mismo vale para los disfraces de los bailarinas y las formas musicales asumidas. ¿Se trata de entonces, pregunto, de un intento por volver a crear, recrear, la religión y el folklore yungueño nuestros (ir a la semilla) o más bien de un viaje al mundo del espectáculo?
P.D. No comentamos nada de Silvana Marrero y Carlos Darakjian porque interpretaron música popular rioplatense. Tampoco de la Big band y Gustavo Orihulela Quartet, por que cuando llegué el viernes a la boletería ya no habitan entradas.
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