22 de agosto de 2017

EL RICARDO TERCERO DE ARAMBURO


Lo primero: EL PÚBLICO 

250 personas en platea y cien más en el resto del teatro. De destacar la presencia de Tres "pajlas", cuatro "cabezas blancas" y cero sombreros de cholita. La mayoría: “gente bian”. Las fotos que iluminan este comentario nos la proporcionó Don Froilán Quispe. ¡Gracias compañero!

LA OBRA



La negrura del salón se hace un poquitín más luminosa para dejar ver la presencia de varios actores en escena. Ojito: Nadie esta personificado como miembro de la alcurnia inglesa. Más bien, visten como la “gente normal” de nuestros días. Al fondo, un panel blanco y rascándonos las vísceras, una de las actrices canta una canción cebollenta que habla de despedida, acompañada por un trío de cuerdas y batería, que serán los que terminan encargándose de la dramatización musical de la obra. 

Así se inicia la cosa. 
Me apoyo más fuerte en el barandado, para espectar y soportar estoicamente el primer y tradicional monologo de Ricardo. ¡Pero no hay tal!


A cambio, una señora (que primero la identifiqué como la madre de Ricardo, pero que en realidad representa, con el tiempo y las aguas, una especie de abuela generalizada), habla y a pesar de sus buenos esfuerzos no se logra entender nada (¿un problema acústico de la galería?). 
Ahora, hasta donde recuerdo, no hay ninguna “abuela” en el original del inglés. Por lo tanto, debo deducir que este añadido es crucial para entender la obra. Después vino la declaración envidiosa de Ricardo.


Más tarde, se produce el diálogo de Jorge (el hermano) con Ricardo (en este caso, a aquél si se le entiende clarito), pero para qué charlaría, pues va a parar a "la torre", sin sospechar que pronto será "charque". En este momento, salta desde un costado, Ana, que corre a cubrir el cadáver de Eduardo, su esposo con la bandera boliviana (que no se entiende por qué), y lo llora amargamente.


Entra Ricardo y en el forcejeo con Ana, el cadáver de Eduardo cae penosamente al piso, lo que es aprovechado por Ricardo para hablar con galanura a Ana, pero de muy mala manera: Se sienta sobre el cuerpo del difunto e incluso se permite tocarle la pierna a Ana, ¡que se deja!. ¿A qué viene la exageración en el gesto de Ricardo? ¿Quería probarse a sí mismo? ¿Quería el director dejar sentado que Ana es voluble? ¿Era esa la característica principal de ambos personajes en el original, antes de la adaptación?


A continuación, el asesino conversa en la Torre con Jorge (el hermano de Ricardo), que nuevamente se toma su tiempo para hacer alarde de dicción y de buena expresión en su parlamento.


Antes de seguir adelante, recordemos los diez y seis (o algo más) personajes de la obra original de Ricardo III: La duquesa Margarita, Buckingham, Isabel, Clarence, Stanley, Tirrel, el duque de York, Ana, Hastings, Richmond, Príncipe de Gales, el Rey Eduardo, Casteby, el cura, Brakenbury y otros. Pero la adaptación los ha reducido a nueve (o algo más). Conclusión: Por la escena se paseó un asesino misterioso y nosotros, desde nuestro pinche lugar de galería, sin poder identificar ni poder juzgar las circunstancias. ¡Oh destino cruel!


De pronto la escena se llena de actores. Intentamos saber quién es quién, le preguntamos al vecino, le tocamos la rodilla a la vecina, pero nada. El panel del fondo, lentamente, asume su rol de decorado y empieza a actuar, mostrando sus amplias bondades: Es una pared dividida en múltiples rectángulos en los que aparece el retrato de un presidente boliviano que puede corresponder a cualquiera.

Habla la señora preñada, que lleva un “vestidito de espera” tan tenue y transparente, que genera malos pensamientos en las amplias tribunas masculinas. Seguramente algo quiso decir la señora en su parlamento y algún significado debe tener su preñez (digo yo, pobre imberbe, que aún no entiendo que es una alusión a Doña Zapata).




La madre no repara en pequeñas y maldice a su hijo, llamándole perro y a ella misma designándose como perra. ¡Grave!







La escenografía se pone agresiva, presentando diapositivas primero y videos después.

Reaparece el actor que inicialmente hacía de hermano, ahora en otro rol (no sabemos cuál), charlando con el asesino. Por su lado Ricardo se da el lujo actoral de decir una parte de sus parlamentos, mientras come. ¡Le falló!: No se entendió nada y entendemos que tampoco nada acentuó.

La escenografía que representa la presencia de la muerte, lentamente abraza la escena. Ricardo charla con el nuevo personaje. Un cura mira la escena con desdén, a diferencia del original donde su presencia es importante.





La muerte, es decir la pared del cementerio, va tomando forma. En determinados momentos se proyectan números, supongo para recordar el número de muertos que cada presidente ha cometido.



Se proyectan apabullantes imágenes de manifestaciones populares donde se logra distinguir, incluso a Gualberto Villarroel.


La escena de Ricardo rezando en el convento. 

Un “dirigente popular” que lidera al mismísimo público, le pide, a nombre de la sala, ser presidente. Pero Ricardo se niega y se vuelve a negar, hasta que al final acepta. Poco a poco, Ricardo se transforma en un militar, en un presidente botudo que, por la referencia a la festividad de “todos santos”, podría ser Natusch aunque, también, Banzer o García Mesa.

De manera abierta, la propuesta teatral se vuelve “brechtiana”: Los actores se cambian de traje en medio de la actuación, cosa que había venído sucediendo desde un inicio. 



Lo que está en el piso es una red.










La psicodélica transformación del decorado


Un acaramelado baile entre Ricardo y Ana (la ex viuda). Acá se luce la bella canción del Grupo Comunidad ("Third world blues"), que es cantada con solvencia.


Meter mano públicamente, está en la orden del día de Ricardo. ¿Era necesario?

Ricardo es ungido rey, presidente, manda más, jefe, etc. Escena de desbordante alegría. Ricardo baila con Buckingham. Todo ante el cementerio.





¿Quién es Buckingham?: ¿El ministro de los 33 camiones? 

Aparece en escena una referencia a la homosexualidad del Ricardo que en el original no se la huele ni de lejos.





El Señor Presidente.


La escena de la muerte del joven príncipe.
De pronto comprendemos que se está haciendo alguna referencia al hijo de Doña Zapata (ya sea del “rey” o del “jefe de estado”). La presencia del hijo molesta en los juegos del poder, principalmente a la madre.


El asesino aparece cargando el cadáver del joven (príncipe). Se expresa con contundencia, el delirio del "jefe" del "soberano", del "jefe" por el poder, mismo que no está dispuesto a tolerar ni la sublevación de Buckingham ni la llegada de las hordas alteñas del 2003.

COLOFÓN

Resplandece la gran verdad moral: La madre debe tener a su cuidado la vida misma. Pero doña Zapata, ha fallado. Para que el dogma citado no cuelgue en el vacío, se reemplaza su autoridad moral con la de la abuela (a la ex - “madre perra”), que ahora en su rol de madre generalizada, nada se le puede reprochar. 




La señora que esperaba familia, parece que dubita entre el monarca y el rey. La madre generalizada (madre genérica) al medio, tratando de generar acercamientos.
Lo logra. El monarca charla con la señora preñada.


¡Su majestad las manifestaciones populares y Buckingham se acercan al palacio!


¡No puede ser! 

Los muertos le increpan al soberano: ¡Despierta, desespera y muere! En el original es sólo: ¡Desespera y muere! No se entiende la palabra “despierta”.


Un momento aciago. 
El decorado del cementerio, se acerca o se aleja del público, como para recordarnos la presencia inmanente de la muerte.

EN RESUMEN:

El Ricardo III que hemos visto, prueba un gran esfuerzo teatral: En inversión, tiempo de ensayos y talento.
La puesta en escena está bien pensada.
La “banda sonora” funciona, excepto cuando tapa las voces o no coordina los tiempos con ellas.
Luces: ¡El descueve, gallo!
Los efectos creados, como nubes de polvo, luces que titilan que se apagan y vuelven a prenderse, muestran cuidado y buen gusto. ¡Ni qué decir de las colitas de serpiente que colgaban de los trajes de las actrices!


PERO:

La obra es una continuación del altiplano paceño: Plana.
Los actores perecieron a manos de los tenues diálogos de Shakespeare y terminaron ahogados, por decirlos de corrido, como si hubiera un incendio.
Un "jefe" sobreactuado y una "preñada" a la que le faltó un no se cómo se llama.

EN FIN:

Fui a ver un Ricardo III con un protagonista "pérfido como una víbora" y me encontré con un rey-presidente-jefe, enamorado del poder, medio loco y maricón.
Apreciemos por un instante, la vela que lleva en este entierro, el actor principal: Irrumpe en escena, como un verdadero ciclón, imponiendo su impronta a todos(as) y a la obra misma. De seguro que contaba con el permiso del director pero, es posible, que éste, al final, no haya podido poner un alto a su histrionismo y simplemente haya atinado a agarrase la cabeza mientras mensuraba las inevitables consecuencias se iban produciendo.
Si adaptación quiere decir acomodar una obra de teatro a otras circunstancias, para recalcar algún nuevo mensaje, no entiendo cuál sería este, pues los personajes, tal parece que a propósito, no están bien identificados con la nueva realidad a la que la obra se adapta, lo que causa confusión.
Incluso se podría pensar que la obra insinúa que la sociedad boliviana es levantisca por amor al arte y todos los gobernantes, llegado el momento, sienten angurria por el poder.


El cuerpo de actores, ovacionados por el público.


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