1 de noviembre de 2019

MIS MUERTOS EN SU TINTA



A principios del Siglo XX muchas familias potosinas y sucrenses -cada una en su propia ciudad- impulsaron un gran proyecto liberal gracias al circunstancial renacimiento de la exportación de minerales de plata, un tema travieso que renovó las esperanzas por días mejores en ambas ciudades. De manera casi natural se reconstituyó la vieja pugna colonial entre hacendados y mineros, que habría de resolverse con los años, en función de la correlación de fuerzas políticas ansiosas por el control del poder. Así que ambos bandos, dándose mañas y copiando ideas de aquí y de allá, constituyeron dos frentes: los liberales (más ligados a La Paz) y los conservadores (más unidos a Potosí y Sucre).

Sin embargo, la fuente de la cual emanaba el cambio estaba en Inglaterra que se había aficionado de las riquezas naturales de Sud América, sin que nadie pudiese hacer frente a su voracidad. Con su enorme fuerza económica podía comprar nuestros minerales a través de Chile y realizar préstamos para que los bolivianos construyesen sus ferrocarriles. Tampoco era desdeñable su fuerza ideológica. Por ejemplo, estimuló a que los paceños liberales modernizaron su ciudad en un tris, abriendo avenidas y plazas y fundando bellos barrios como el de Sopocachi edificado, quién lo diría, al mejor estilo francés.

En Potosí, si algo simbolizaba la modernidad, era la estación de ferrocarriles de la Bolivian Railway que era lo más cercano que tenían los potosinos a la fuente misma de la civilización. Pronto, los arquitectos potosinos trazaron las líneas maestras de la nueva ciudad que arrastró a una parte de la población, a modernizar la Villa Imperial. Lo primero que se decidió fue fundar un nuevo barrio, atravesado por una gran avenida -como la Av. Arce de La Paz- que honrase en vida al héroe liberal y minero Eliodoro Villazón, en cuya gestión llegó el ferrocarril a Potosí (1912). El nuevo sector quedó establecido al sudeste de la ciudad, en la parte más baja y bonita, allí donde las campanas de la vieja Iglesia de Jerusalén no pudiesen hacer mella. Se la edificó con mucho cariño: sin iglesias, con anchas calles en damero, con aceras adornadas con arbolitos, una universidad hecha de piedra cemento y acero y otras edificaciones que hasta el día de hoy muestran el esplendor de aquellos días. Toda la buena muchachada acudió presurosa a construir allí sus viviendas entre otros los Bachinelo, los Sánchez, los Alcoba, etc.


LA PARTE DE LOS ALCOBA

DON AURELIO ALCOBA ROMERO 
(~1890 – 1952) 
Y DOÑA MAURICIA ARAMAYO 
(~1895-1938)


Supongo que la nueva familia Alcoba, desde su primer día en la Av. Villazón No.153, no tuvo otra que aceptar vivir lejos de la ciudad porque el jefe de la familia tenía un sueño. Allí nacieron casi todos sus hijos -a excepción de Julio-: Aurelio, Isabel, Angélica y Rubén. Don Aurelio Alcoba Romero era artesano y emprendedor. Abrió dos tiendas en su casa: una para vender los zapatos que confeccionaba y otra de abarrotes. Tiempo más tarde como presidente de la “Sociedad Obrera” situada en plena Plaza Alonso de Ibáñez -al lado del Boulevard- mandó pintar un enorme letrero que decía “Proletarios del Mundo Uníos”.

Educado en la austeridad y una severa moral, midió a su mujer e hijos con la misma vara. En cuanto pudo, el mayor -Julio- defeccionó del hogar paterno para trabajar como minero. Pronto murió. El resto resistió. (¡Cómo habrá sufrido la impotente madre!).
De Doña Mauricia -madre y esposa- poco sabemos. Viendo la foto -donde ya aparece el menor de los hijos: Rubén- se puede asegurar que era una madre joven y bonita, además de muy querendona de sus hijos pues de ellos cosechó un amor sincero y eterno. Durante la Guerra del Chaco la señora llevaba a su pequeña tropa a las funciones de cine al aire libre, que el gobierno ofrecía a la población citadina para hacer más llevadera la dura situación.

Murió a los cuarenta y tres años. Dejó un brutal vacío que el padre logró subsanar a su manera: sacrificando a su hija Angélica -de unos 20 años- para que sea ella quién le acompañase mientras viviese. La frase clave fue: “hijita tendrás que sacrificarte por mí y no casarte”. Los restos de Aurelio y Mauricia descansan en el Cementerio General de Potosí.

AURELIO ALCOBA ARAMAYO (1915-1998)

El hijo segundo. Desde muy chico fue testigo de las ideas liberales y socialistas que se discutían en la tienda del padre. Y no podía ser de otra manera, pues era la única tienda del barrio donde el personal de la Railway podía pasar sus ratos libres tomándose un trago y discutiendo la situación del país. Por decisión de su progenitor, mi padre comenzó a trabajar desde muy joven (~16 años) como ayudante de mecánico en la maestranza de la Railway. La Guerra del Chaco lo agarró en estos ambientes no teniendo otra que enrolarse y participar de la contienda hasta el último tiro. Terminado el conflicto, resolvió radicarse en La Paz y dedicarse por completo a la lucha por los ideales proletarios. Fue miembro fundador primero de la “Federación Obrera del Trabajo” (FOT) y luego del “Partido de la Izquierda Revolucionaria” (PIR) en 1940. Años más tarde y en virtud de a su labor sindical, fue designado por el Gobierno de Tomás Monje Gutiérrez como Ministro del Trabajo (1946), méritos que sin embargo no fueron respetados por su propio partido, justamente por su falta de estudios.


Soportó la traición al lado de su esposa Doña Luz Arias Atristain, dedicándose a la construcción y la mecánica. Tuvo dos hijos (Jorge y Roxana) a quienes enseño a amar Potosí. Murió en la bella Zona de Callapa de la Ciudad de La Paz de manera tan repentina que ni tiempo le dejó para despedirse de nadie. Sus restos descansan en el Cementerio General.
Canción Preferida: “Eugene Onegin” de P. Tchaikovsky

RUBÉN ALCOBA ARAMAYO (1926-2018)


Fue el menor de la familia (ver foto). A este caballero la muerte de su madre lo tiró al piso. No sé si fue por este motivo u otro, pero la cosa es que se vino a vivir a La Paz con mi padre. Luego de conquistar su profesión como abogado, trabajó para el Estado en diversos lugares del país.
Lo conocí en Potosí cuando él tenía 32 años. Era alegre y cariñoso con quienes le rodeaban (excepto con mi madre), y creo que su preferida era su sobrina Charo Vásquez que vivía con su familia en Oruro. Se casó con Doña Rebeca Berindoague con quien tuvo dos hijas (Brisaliz e Iblin), que llenaron su vida de pe a pa.
Se destacó con bien pensados arreglos musicales dedicados a su padre (a quién no lo quería mucho), al mío (que lo respetaba), a la Ciudad de Potosí, a las mujeres que conoció, etc. Por ejemplo, llevo en la memoria el siguiente:

“Don Aurelio fue muy grande
Fue muy grande luchador
Por la clase asalariada
Ay mi querido Potosí”

Canción Preferida. Lo conocí con: “Amor, amor” de “Los cinco latinos”

DOÑA ANGÉLICA ALCOBA ARAMAYO (1920-1998) Y SU ESPOSO DON ANDRÉS ECHALAR (1910-1976)

Mi tío Rubén la llamaba “Angichita” y ese nombre siempre resonaba en la casa de la Av. Villazón 153. Estudió en el Liceo Santa Rosa y creo que hasta ahí llegó. 
La conocí cocinando para todos y atendiendo la tienda. Como no tenía hijos, amaba a sus sobrinos especialmente a mi prima Elba Vásquez, a quién cuidó desde que era muy niña. En la foto se la ve con su mamá y en la otra con su papá (~1951).

Logró casarse muy mayor. Su romance con mi tío Andrés fue -para mí- repentino. De pronto junto a toda la familia nos dirigíamos a almorzar en la residencia que él tenía en el barrio ferroviario. En una de esas oportunidades encontré en su mesa de trabajo un globo terráqueo pequeño: me quedé lelo. Mi tío Andrés, en cuanto se dio cuenta de mi afición, me lo regaló.


Doña Angichita fue la amable señora que me quería con fuerza, que siempre me recibió en la casa en la que antes había vivido, con galletas y convites.
Por su parte, mi tío Andrés trabajaba en la sección de la bodega de la Bolivian Railway. En su espacio de trabajo había mucho trajín y manejaba gigantescas balanzas de esas que siempre cautivan a los niños. Tocaba la guitarra y el charango; cantaba bailecitos chuquisaqueños y atesoraba un repertorio de anécdotas que siempre le hacíamos repetir pues hacían deliciosas las sobremesas. Era educado y caballeroso como él solo. Para no molestar, luego de la cena en la casa de mi tía, salía al patio para fumar su “Sucrense”, seguramente recordando su estadía en las trincheras del Chaco. Cuando murió mi tía retorno a vivir a la tienda. Los restos de ambos descansan en el Cementerio General de Potosí.
Cueca Preferida: “Padillita” de H. Caballero y M. Palma

ELBA VÁSQUEZ ALCOBA (1949-1989)


La conocí en Potosí cuando tenía 9 años y pronto nos volvimos buenos amigos (mi hermana la pasaba con un poquitín de esfuerzo). Con ella aprendimos a andar por los bordes de la vida. Estudiaba en el Liceo Santa Rosa hasta que su mamá -Doña Isabel Alcoba Aramayo- murió. Entonces se fue a vivir a Oruro y después de muchos años sin verla, la volví a encontrar en Potosí, al lado de mi Tía Angélica, siempre llena de vida, de actividades y esta vez rodeada de sus dos hijos: Dery y Andrés. A aquél mi tío Rubén intentó cuidar y colaborar recibiendo un portazo totalmente injusto. En una de esas mi recordada prima se cayó, se lastimó la rodilla y se murió.
Canción Preferida: “Luna de miel” de Patrick Welch y cantado por María Eugenia Rubio

ROXANA ALCOBA ARIAS (1952 – 2017)



Me es difícil hablar sobre ella pues un nudo me lo impide. Por ser la menor de la familia fue muuuuy mimada por mi padre (para mi desolación). En la escuela no era tan waskiri como yo, pero debido a la simpatía que irradiaba siempre tenía mejores notas. Su fama empezó en la UMSA cuando empezó a participar en las luchas en contra del dictador enano. Se enroló en el PS-1 y con este apoyo conquistó la FUL de la UMSA. Más tarde, ya como economista trabajó como jefe del DAF en la gestión de Guido Capra, que la estimaba mucho. Ejercía su profesión con solvencia, lo que la hacía que todos la buscaran para trabajar con ella. También era certera en el análisis político y apasionada en las discusiones. No se andaba con pequeñas y sin titubear tomaba grandes decisiones. Se apagó de manera lenta hasta que al fin se apagó. Sus restos descansan allí donde su hermano la recuerda: En el Cementerio General junto con mis padres, donde tiene un lugar muy especial.

Canción Preferida: "Michael (row the boat ashore)" de: Domenick, Fleming y Lopez. Canta Trini López. La bailaban: Roxana Alcoba y Magda Álvarez (ver foto).

LA PARTE DE LOS ARIAS

DOÑA LUZ ARIAS DE ALCOBA (1925 1982)


Hija única de Don José Arias y Doña Remedios Atristain, quedó huérfana a muy temprana edad. La “nena” como la llamaban en su casa, fue cuidada por su severa tía Carmen Atristain a quien mi madre quería poco. Estudió en el Inglés Católico aunque salió bachiller -en esos años de la Guerra del Chaco- del Colegio Ayacucho. Amaba la química que es lo que había decidido estudiar en la universidad, pero el diablo de su tío Enrique Peñaranda -el político- le tentó ofreciéndole un puesto de trabajo en el Ministerio de Trabajo. Ella aceptó y chau sueños.



En vez de un título, mi madre tenía un guardarropa bien puesto con el que lucía su esbeltez y belleza. ¡Ahí cayó mi padre!, que se enamoró de ella y pronto se casaron. Los primeros años del matrimonio fueron buenos -incluso teníamos auto- hasta que una malévola estafa envió al piso la economía familiar y tuvimos que irnos a vivir a Potosí (más que a vivir, mi madre se fue a morir un poco allá, pues amaba su “Rayito de Luna”, su “Cine Tesla” y otros servicios paceños). Cuando ya no aguantó más, decidió regresar a La Paz “pese a quien pese”. Ya en su ciudad natal, para poder sobrevivir aprendió peluquería de señoras, pero la suerte le sonrió y regresó a trabajar al Ministerio del Trabajo. Allí se jubiló después de 25 años. Mi padre estuvo siempre a su lado ejecutando trabajos de mecánica. Envejeció en Callapa, con sus perros, en medio de las vacas y los cultivos de papa de la zona. Hoy sus restos descansan allí donde su hijo ha decidido que descansen: El Cementerio General, al lado de mi papá y mi hermana.
Tango Preferido: “Illimani” de N. Portocarrero.

LOS AMIGOS

LOS YURIS


Regresan este 2019 con su eterna alegría desbordante.

CORNEL STANESCU
Mi amigo rumano y músico, regresa para repetirme: “La vida es hermosa, Coco”.
  
DOÑA GABY



Cariñosa con todos nosotros. Esta vez regresa con su tanda de chistes picantes.




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