Iglesia de San Francisco Potosí |
Una de las actividades centrales de mi
vida ha sido la de buscar oquedades oscuras y brillantes como la casiterita. Y
esta era una noche especial, que incitaba a buscarlas: ¿Tal vez en algún rincón
sagrado de una iglesia?
Luego de un rato choqué con los muros de
un convento. La forma que dibujaba el entramado de sus piedras tan certeramente
ajustadas unas con otras, aparentaba ser, en medio de las tinieblas, los
cuadrados de un gigantesco tablero de ajedrez, donde se alternaban los grises
claros con los oscuros. Un detalle más: La superficie de sus piedras, lucía
como si se estuviesen derritiendo, aunque no sucedía tal cosa puesto que
seguían siendo, como siempre, secas y duras.
Iglesia de Santa Teresa Potosí |
Mi cercanía al edificio no me dejaba
apreciar los remates del edificio, tan sólo el delgado pasillo circular que
rodeaba a uno de sus muros y por el que yo ahora transitaba. Era tan angosto
que, en vez de ahuyentarme, me estimulaba a avanzar. Pero unos pocos metros más
allá se volvió tan estrecho, que debí avanzar con las espaldas pegadas a la
pared. Al final, cuando ya me era imposible adelantarme más y me aprestaba a
retroceder, distinguí en la negrura, una puerta estrecha de madera, abierta
sobre el muro. Su vano de medio punto, la hacía lucir como la entrada a una
madriguera. La atravesé con tranquilidad, ingresando a un no muy largo zaguán
que desembocaba en un patio iluminado y claro, rodeado de arcos que cubrían
pequeños corredores empedrados. Al medio de uno de los lados del patio, se
abría paso una escalinata de piedra que, a medio camino, se bifurcaba hasta
comunicarse con el segundo piso.
De inmediato atrajo mi atención otra estrecha
grada en forma de caracol adormilada en una esquina. Su forma de espiral,
envolvía el grueso pilar que estaba enclavado justo en medio. Más que pilar:
Pilarote, tan macizo que ocultaba el final de la escalera.
En sus muros interiores, habían varios
hoyos contiguos y distribuidos sin ton ni son. Pero ni sus formas geométricas
ni su tamaño permanecían constantes. Por el contrario, se iban modificando: ora
eran cuadrangulares ora heptagonales ora informes.
Escalera de caracol en una iglesia de Colonia |
Por una de estas aberturas te distinguí.
Sabía que eras tú. Te reconocí por la bata blanca y leve que llevabas. Pronto
te mostraste ante mí. Apareciste en lo alto de la escalinata como una
inmaculada soberana. Me miraste sonriente y te contesté con los ojos. Entonces
escuche tu bella voz que me decía: ¿Buscabas una oquedad?: Aquí estoy. Quieres
ocuparme, ¿verdad?