16 de abril de 2017

LA CALLE YANACOCHA

A

Al ver hoy la ciudad de la paz
plena de avenidas y cabinas que recorren el cielo
de pura bronca
decido aventurarme por una de sus calles, la de yanacocha
que aún huele a viejísima semana santa.

Esta vía era larga: Comenzaba con un muro de adobe y un cenizal
y terminaba igual, al otro extremo de la ciudad.

Como los viejos conquistadores no tuvieron tiempo
para construir un alcantarillado
tanto los padres, los hijos y los nietos
hicieron uso extremo de estos extremos.

Pero la delicadeza no tocaba a todos por igual,
los señorones de sangre hispana
dejaban que sus sirvientes
vaciasen sus bacinicas.

Lo cuento, para que sepan los que me leen y luego comparen
con todo lo que han hecho los nuevos conquistadores
que se ha reducido a pisar justo encima de las viejas huellas
y aunque ahora ya hay alcantarillas
el mismo pensamiento colonial sigue circulando por sus ductos.



Heme pues aquí plantado a los pies de esta calle centenaria
adoquinada de ascos y amores
sobre la que se ha edificado la ciudad de la paz.

B

Yo desciendo de alguno de estos señorones
no sé si de este o de aquél otro
pero como hijo de india, de seguro seducida y luego violentada.

Es mi madre, las miles de madres que con sus pechos me acunaron
para vencer con su esfuerzo, el desdén paterno.

El semen del abuelo de mi abuelo
fecundó en mí, un cholo fuerte y buen mozo.
Su áspera linfa, me ha hecho señor de todos mis actos,
de los de amor, de los de desprecio, de los altaneros y de los coquetos.


Para recordar sus caminos decido hoy
atravesar esta calle de punta a punta
pero buscando las oquedades de los zaguanes
para cobijarme de los quejidos que emanan de las gargantas
de quienes tienen sus sexos encontrados
y que se aprietan con manos y piernas, agitándose
presurosos y sudorosos en los salones, cuartos y patios que al paso encuentro.



C

 
Pero no todos ni todas son iguales.
No puedes comparar a la india ultrajada de ocultas y con frecuencia en el interior de una de estas casas,
con una semejante que habita fuera de los muros.
Los ultrajes a pesar de ser iguales, son diferentes: Aquél queda oculto y, por lo tanto, no existe.
La primera tiene, además, el derecho al lavado y planchado de la ropa fina de la señorona y ella misma viste con lo que aquella desdeña por viejo o por feo.


Tampoco los mozos son iguales.
Los yanaconas que traían las cosechas de las fincas,
no valen, ni de lejos, lo mismo que el cholo que las recibe y separa
lo que será para el comercio y lo que quedará para el consumo de la casa.

Hay distancias entre ellos, que frecuentemente se llenan de enfrentamiento
y otras veces de amistades interesadas.
Nadie quiere ser yanacona
y para evitarlo prefierieron enviar a su hija aún niña
a que sirva en la casa del señorón, en vez de estar tejiendo bayeta o agachada en las faenas de la finca.
De esta manera, los mismos padres cultivaron en esta calle, la separación y el odio,
sentimientos que luego llenarán a cientos de generaciones de cholos e indios
que actuarán fieramente, sin saber bien la causa. Cosecharán la fruta fresca.


¡Óiganme bien!: Esta calle no está tapizada
sólo por afanes por huir algún día, hacia la madre patria
sino también de otras ambiciones plebeyas,
que sueñan con traspasar sus muros de adobe
esperando no salir nunca más.
Por eso se encuentran entre las viejas junturas de sus piedras,
las placentas que los hijos de las indias les arrancaron a sus madres
restos y piedras que ya no están, pero que aún hieden.


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