La obra de Alberto Villalpando, al parecer, siempre tiene su
gancho. Es ésta “Música Nº 7”, un caos musical al medio de la obra. Una anarquía
sonora que nos metió en un torbellino de sonidos. Sobre la base de una
percusión sencilla, las partes aprovecharon para expresar su discurso. Cada
sección de la orquesta, a solicitud del Director Cergio Prudencio, adquiría la
posibilidad de remarcar su presencia: Ya sea la de los primeros violines o la
de los bronces o la percusión, sin que esto menoscabe el derecho del conductor
a organizar la tormenta, haciendo girar los brazos abiertos, para transportar
la fuerza de las notas a un valle de calma, suave, que se va dibujando de a
poco, con el tema de “Mi Socio”, tomado por el clarinete, que se abre paso dulce,
saltarín, como si hubiese salido el sol, después de la noche. Luego otra vez
los sonidos broncos que abrazan toda la obra.
La otra obra de Villalpando “Concierto para piano y orquesta
de cámara”, una excusa musical para que el autor presente el recuerdo de su
padre. La composición, nuevamente en la mitad, arremete con el huayño compuesto
por Don Abelardo - que a pesar de los esfuerzos mentales que hicimos los
presentes, nunca alcanzó su forma plena, como todo recuerdo paterno. Las ráfagas de la orquesta fueron contestadas
por un piano fugaz, lo suficiente como para que todos entendamos de qué se
trata. Luego otra vez las formas musicales muy parecidas a las de los
compositores nacionalistas europeos y como ellos, buscando tal vez, dibujar la
nueva identidad nacional.
¡Qué orquesta!
Al final, ovacionamos a todos ellos. Fue la noche de Villapando.
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