28 de abril de 2018

UNA OQUEDAD OSCURA Y BRILLANTE COMO LA CASITERITA

Iglesia de San Francisco Potosí
Una de las actividades centrales de mi vida ha sido la de buscar oquedades oscuras y brillantes como la casiterita. Y esta era una noche especial, que incitaba a buscarlas: ¿Tal vez en algún rincón sagrado de una iglesia?
Luego de un rato choqué con los muros de un convento. La forma que dibujaba el entramado de sus piedras tan certeramente ajustadas unas con otras, aparentaba ser, en medio de las tinieblas, los cuadrados de un gigantesco tablero de ajedrez, donde se alternaban los grises claros con los oscuros. Un detalle más: La superficie de sus piedras, lucía como si se estuviesen derritiendo, aunque no sucedía tal cosa puesto que seguían siendo, como siempre, secas y duras.

Iglesia de Santa Teresa Potosí
Mi cercanía al edificio no me dejaba apreciar los remates del edificio, tan sólo el delgado pasillo circular que rodeaba a uno de sus muros y por el que yo ahora transitaba. Era tan angosto que, en vez de ahuyentarme, me estimulaba a avanzar. Pero unos pocos metros más allá se volvió tan estrecho, que debí avanzar con las espaldas pegadas a la pared. Al final, cuando ya me era imposible adelantarme más y me aprestaba a retroceder, distinguí en la negrura, una puerta estrecha de madera, abierta sobre el muro. Su vano de medio punto, la hacía lucir como la entrada a una madriguera. La atravesé con tranquilidad, ingresando a un no muy largo zaguán que desembocaba en un patio iluminado y claro, rodeado de arcos que cubrían pequeños corredores empedrados. Al medio de uno de los lados del patio, se abría paso una escalinata de piedra que, a medio camino, se bifurcaba hasta comunicarse con el segundo piso.
De inmediato atrajo mi atención otra estrecha grada en forma de caracol adormilada en una esquina. Su forma de espiral, envolvía el grueso pilar que estaba enclavado justo en medio. Más que pilar: Pilarote, tan macizo que ocultaba el final de la escalera.

En sus muros interiores, habían varios hoyos contiguos y distribuidos sin ton ni son. Pero ni sus formas geométricas ni su tamaño permanecían constantes. Por el contrario, se iban modificando: ora eran cuadrangulares ora heptagonales ora informes.
Escalera de caracol en una iglesia de Colonia

Por una de estas aberturas te distinguí. Sabía que eras tú. Te reconocí por la bata blanca y leve que llevabas. Pronto te mostraste ante mí. Apareciste en lo alto de la escalinata como una inmaculada soberana. Me miraste sonriente y te contesté con los ojos. Entonces escuche tu bella voz que me decía: ¿Buscabas una oquedad?: Aquí estoy. Quieres ocuparme, ¿verdad?

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