INTERPRETACIÓN PLÁSTICA DEL ALTIPLANO
Por: Cecilio Guzmán de Rojas
Las pampas infinitas
del altiplano, que se encuentran a tres mil ochocientos metros sobre el nivel
del mar, tienen características físicas que constituyen verdaderos fenómenos
misteriosos que gravitan en forma poderosa en el alma de quien las contempla.
Paisajes desolados,
sobrios de temática, atmósfera seca, pura, prístina. Se adquiere al
contemplarlos, el sentido de profundidad infinita; imágenes donde aparecen los
perfiles de las montañas metálicas; lomas y tierra, recortadas como con
cuchillos, en un deleite de aristas, muestran la ausencia de
perspectiva aérea.
La atmósfera metálica
del altiplano es sin duda la emoción estética más fuertemente plástica para el
artista abstracto y subjetivo. Sus características especifican la gran
sensibilidad de línea que hace de las imágenes de cosas y personas una emoción
lineal.
Los términos de profundidad y lejanía no tienen gradaciones tonales, parecen estar siempre
cerca, en primer plano, y sólo dan la sensación de profundidad por su escala de
proporciones descendente, a medida que se van alejando.
Planos y valores del
cielo azul, añil, tienen un dinamismo extraño; son planos ESPACIALES que vibran
corno prismas de embrujo y fascinación. El color de la tierra, cerros y
montañas metálicas, cantan suaves, cromáticamente, los pardos y neutros. Aquí
se mimetizan vicuñas, alpacas, el hombre altiplánico.
De la emoción, por la claridad
y nitidez con que se hacen presentes objetos y cosas, surge un concepto
estético de la calidad en sí. Son imágenes de estas tierras mágicas, especiales
para grabadores ciclópeos. Canto de exaltación de
la forma, tangible, plena, en que la luz sólo alumbra dejando siempre como
centro de interés las montañas.
Hay un sentido cósmico
que fluye en el ambiente con calidades de paisaje lunar, con luces joyantes,
opalinas, nacaradas, que estremecen de emoción. Sin imágenes de pocos
elementos, y, sin embargo, todo un mundo de riqueza subjetiva.
Pensemos, por un
instante, y traslademos a este mundo a tres genios del impresionismo: Cézanne,
Renoir y Manet, y pongámoslos frente a frente a esta realidad física y
subjetiva. ¿Qué harían estos maestros del impresionismo, de líneas
amorfas, donde el sujeto es un pretexto, para presentar en él, el juego de la
luz y la atmósfera húmeda de Francia?
Estoy seguro que, - con
todo respeto - no se habrían animado a pintar este mundo tan extraño. No
olvidemos que, en la desolada altiplanicie nuestra, las formas son recortadas,
plenas de detalles en los más alejados términos. Su cromatismo no está alterado
por la nebulosa del aire. Hay en este ambiente un sentido estético especial,
una emoción fuerte y permanente, la expresión de aire seco saturado de la vida
de las montañas.
Todas las personas de
espíritu, intelectuales y artistas, que visitaron nuestra tierra se extrañaron
de que fuera el único país que no había recibido influencias del gran arte
francés. La escuela impresionista que aún perdura en los más altos centros, no
habría podido imponerse en la plástica de nuestra Patria.
Ahora se comprenderá ese
misterio: Es que nuestros pulmones espirituales,
hechos para cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar, no pueden
respirar aires exóticos que atenten contra el sentido estético fundamentado en
leyes telúricas, raciales, únicas soberanas que rigen la cultura, lógica de
contenido, para la eternidad.
He aquí el paisaje
espiritual del Altiplano: En las líneas grises de nuestro horizonte, no brillan
los trigales, pero silba el viento seco; ruge su sinfonía helada, henchida de
melancólica dignidad, y en nuestras incipientes tierras de cultivo, como
aguayos defina policromía de ocres y grises, se ve el ritmo de vicuñas de magra
anatomía, con sus andares ágiles y veloces, con cuellos que semejan cuchillos
para cortar el viento: viento que canta canciones de libres armonías.
iCómo se goza de la
tierra! ¡iCómo deleita la montaña, que irradia no sé qué fluidos! Por eso
amamos a nuestras montañas y nos duele el desgarramiento de sus entrañas
metálicas. Su desangre generoso de
oro y estaño sacude nuestra sensibilidad, es el vacío del fluido metálico,
misterioso y vital que extraña el alma, es la voz telúrica que habla a nuestras
células.
De esta emoción surge
la nueva estética boliviana, que sentimos todos dentro, muy dentro, porque es
la tragedia de nuestra PACHAMAMA.