18 de abril de 2016

MAR: TEATRO DE LOS ANDES

LO QUE ES NO TENER MAR

“MAR” es una obra de “Teatro de los Andes”. Está escrita y dirigida por Arístides Vargas. Son sus actores: Lucas Achirico, Gonzalo Callejas y Alice Guimaraes.

Si a usted le gustan los telegramas, la obra trata sobre una madre que pide a sus tres hijos que la lleven a morir a orillas del mar. En el camino se aclaran las duras relaciones entre ellos existe.

Los tres hermanos aquilatando la puerta que luce sobre su superficie,
además de los tres colores desvaídos de la bandera, la foto de la madre.

Un inicial canto latoso sobre el mar, enmarca la voz de Juana y le permite aclarar que Bolivia es hoy sólo montañas sin horizonte. Pero además, pedir a sus dos hermanos (Miguel y Segundo), cumplir con el deseo último de la madre: Ser enterrada a orillas del mar. Sin embargo en el escenario no hay restos mortales sino, una puerta que irrumpe abruptamente en el escenario y que simbolizará, cada vez con más vigor, a la madre ausente (o muerta). Para ello se van colgando de la puerta, de manera paulatina, diversos objetos. En primer lugar la foto de la madre.

La puerta-madre se podía dividir, mostrando con ello la fragilidad social
de nuestro país. Ojo con los trajes; El de Juana es de fines del siglo xix.
En esta epopeya, la hermana resulta siendo la voz de la conciencia y de la tenacidad. Es ella quien decide emprender el camino guiándose sólo por el olor fantasma del mar.
Pero es también la que más quiere a su difunta madre pues impulsa, a veces chocando contra la voluntad de sus hermanos, el traslado de la fallecida que, a pesar de no haber sido tan buena como hubiese sido de esperar es, de todas maneras, la madre. Cuando empieza la travesía, el público se da cuenta que la madre-puerta pesa mucho. La explicación es que los muertos, este en especial, son más pesados. Pero que, además, es la única forma de compensar el cariño y los cantos que la mama les cantó para hacerlos dormir. Ya en mitad del camino, surge otra reflexión: Si bien hay sal en el salar igual que en el mar, el salar no es el mar.

LO QUE EL MILITARISMO Y EL TURISMO, 
HAN HECHO DEL MAR

Atrás la señora de la diplomacia. Adelante el orgulloso general y el soldado
dela corneta. Cada uno de los personajes hacía lo que creía que era lo
 adecuado. Resultado nadie se entendía.

Los diálogos en esta parte de la obra (que en realidad es un monólogo), hacen las delicias del público, pues están llenos de sorna. Se producen entre un engalonado general, un soldado raso provisto de una corneta y una señora del cuerpo diplomático. Todos ellos se hallan reunidos para recordar el día del mar, pero hay grandes diferencias entre los tres. Cada cual actúa de acuerdo a lo que estima es correcto. El jefe discurseando, el corneta metiendo bulla y al señora guardando profundo silencio. Ninguno se entiende. El militar explica que Bolivia posee una marina en abstracto, lo que le permite participar en algunos eventos internacionales - lo mismo que con el futbol - lo que es un honor en sí mismo. Pero, señala el general, dado que la señora se duerme en los campeonatos internacionales de futbol, queda establecido que no es boliviana. La escena, antes que de mofa, es más bien motivo de reflexión, de quiebre, pues termina cuando la señora le vacía el té en la cara al militar. Con lo que queda en claro, quién subordina a quién.

Otra escena llena de bromas pesadas es la que tres turistas sostienen a orillas del mar, cambiando siempre su punto de vista para concluir gritando a la manera sindical, sus reivindicaciones particulares y egoístas. Esta vez la clase media acomodada que puede ir al mar de vacaciones es la que sale perdidosa. Por ende no todos están facultados para oír el llamado de la madre, sino sólo los hermanos a quienes, por lo demás, se les convoca por su nombre.

LA ESCENA FINAL
 
Una morenada bailada con máscaras que representan la presencia
del mar en nuestras costumbres. Al fondo una duna.
En ésta, los asistentes pudieron observar y sentir, el gran acto de amor que se produjo a la llegada de madre y hermanos a las orillas del mar. También comprendimos un otro mensaje de la obra: Que el origen de ese inmenso afecto al mar, está en los pasitos y sones de nuestros gigantescos bailes nacionales y de nuestras costumbres. 
También en el peregrinaje han surgieron algunas preguntas insólitas: ¿Cómo cantarán los pájaros de agua?, ¿cuál será la inmensidad del mar?, etc. Pero las respuestas, nos dicen los hermanos, no son alentadoras. Es imposible el saberlo, pues ni siquiera podemos visitar a los muertos bolivianos que están allí; ni podemos escuchar el murmullo de las aguas marinas, pues la puerta está cerrada. Hasta que, de pronto, surge la gran verdad que oculta la puerta madre: Sobre el foro, ocupado por un inmenso paño que luce como arena, reposa la puerta-madre. Juana está delante de ella, mirando al público. De repente, la foto de la madre queda ocultada, sustituida, por el rostro de la actriz, quedando con esto en claro que no hay ninguna diferencia entre puerta, madre y hermana. Que madre, mar y sueño del mar, poseen igual identidad y tienen carácter femenino. Cuando la puerta desaparece totalmente, Juana se empieza a revolcar en las inmensas olas que irrumpe briosas, sobre el público. El oleaje se agitó sobre nuestras cabezas, generando un momento inolvidable.

Escenografía muy bien pensada. Inmensas olas que invaden
no sólo a Juana sino que se proyectan hacia el público

REFLEXIONES

La obra está escrita y relatada desde el panteismo: ¿Si el mar es parte de todos nosotros y del todo, entonces no se trata de “recuperarlo” sino de “compartirlo”.

En general los bolivianos siempre hemos comprendido el tema desde una sola óptica: La patriarcal (“recuperarlo es un deber”), actitud que no la mamamos del seno materno sino que nos la hicieron tragar en la escuela, con el desayuno escolar, con los desfiles, con las horas cívicas o disfrazándonos de “coloraditos”. Esta ha sido la manera en que nos han inculcado la “imagen militarista y violenta” del asunto, misma que generó en las clases medias, una actitud despreocupada y egoísta.

El actor pasea por las playas reconociendo a los muertos

Pero, gracias a esta obra: “Mar”, los del público hemos empezado a dibujar una otra manera de comprender aquella “imagen” inculcada. 

Manera percibir la "realidad, según Jung
Digámoslo claramente, esta nueva visión del Teatro de los Andes,  tampoco nos la bebimos del seno materno, ni nos la explicaron en casa. Todo parte, al parecer, de una pregunta que la obra la sugiere: ¿Cómo podríamos decir que el mar es nuestro, si no es producto de nuestro trabajo? La falta de mar es, junto al robo, la ausencia de una parte de nuestro cuerpo total. Es una madre encerrada, dentro de una puerta, que nos impide el paso. La obra nos susurra un mensaje fresco: Nuestro sufrimiento nace de esta ausencia, que es, bien vista la cosa, una parte del afecto que nuestra madre nos brindaba cuando nos arrullaba y que ahora, debido a que la puerta está cerrada, casi lo hemos olvidado.

¿CÓMO HEMOS PODIDO SER TAN CIEGOS?

Ana, Miguel y Segundo se divierten resbalando sobre las olas con
la ayuda de su madre-puerta

Según Jung, el accionar de nuestra “sombra” y de nuestra “ánima” (en los varoncitos), decide, básicamente, nuestra “manera de percibir” las cosas. Esta facultad logra que se forme en nosotros una “imagen” adecuada, de algún modo, a la que necesitaríamos para mantener equilibrado nuestro "aparato psíquico". Por lo tanto, cabe cuestionarse el carácter de la cosa vista. 
Pero, la cosa no es un objeto sino ideología. Es la representación estatal de una determinada parte de la realidad, que ha construido el estado de nuestro país con fines políticos e ideológicos. En este sentido, nuestra “imagen” tradicional de mar, nace de dicha elaboración estatal.

Pero, como ya lo dijimos, también la “imagen” que nosotros nos construimos, contiene una intencionalidad. Si es así, entonces, a la larga o a la corta, se producirá un enfrentamiento entre “imágenes de mar". Hasta ahora ha ganado la más fuerte, la dominante, que es justo la de la ideología dominante. Y no podría ser de otra manera.
En este sentido, la nueva “imagen” del mar, a la que nos incita la obra, es una emergente, un punto de vista sedicioso, que busca ganar un puesto en nuestro entendimiento. Y el hecho de haber tardado más de 130 años en comprenderlo, es la prueba de cuán dominante es la ideología dominante.

La única manera de explicar este asunto es que el “Teatro de los Andes” intenta reelaborar un viejo arquetipo colectivo - la del mar-madre-puerta - que estaba agazapado entre los elementos culturales y simbólicos de la nación (o de las naciones si se prefiere): En el acordeón y el canto citadinos; en la morenada mestiza; en los gritos de alegría de los/as niños/as; en el polvo de nuestros cementerios: en las entradas y prestes, etc.


Será el transcurso de la historia el que diga, cuál visión será la que ganará en el futuro: La patriarcal militarista de “recuperar el mar” o la matriarcal y femenina de “compartirlo”.

Los setecientos espectadores que nos dimos cita la noche del domingo en el
Teatro Municipal, ovacionamos de pié a los tres grandes artistas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente texto teatral, un trabajo interpretativo digno ver de los dos actores y la actriz. El montaje escenico alucinante. muchos abrazos.

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